Tengo una mezcla de sorpresa,
desconcierto, dolor y bronca ante la noticia de la inesperada muerte de Juan,
el panadero del barrio, el dueño de “Trufas”. Dolor porque el pan, las
medialunas o las galletitas secas y tantas exquisiteces que estaban en la mesa
de todos los días o en el mate de la tarde tenían un rostro conocido, un
hacedor que siempre estaba con su remera blanca manga corta, lo mismo en
invierno que en verano, que te recibía con su manera de hablar acelerada: “hola
che, ¿qué te damos?” y después de pedir (últimamente había inventado unas medialunas
dulces y saladas riquísimas, que creo las pasaba por agua, no sé bien o algo
así me explicó, porque siempre estaba innovando) algo y charlar brevemente sobre
el tiempo, el fútbol o cualquier tema, me iba y él, mientras seguía con su
andar rápido, me despedía en la tarde con un “bueno ingeniero, a seguir trabajando”, y yo le respondía: “No, gracias. Por hoy es
suficiente”. Pequeñas rutinas de las que está hecha la vida. Trabajaba a
destajo para sacar adelante a sus hijos pequeños, un laburante que se pasaba la
vida en su casa-panadería, ésa que tenía el aroma inconfundible de las cosas
hechas artesanalmente.
Pero el dolor también da paso a
la bronca; porque como comunidad hacemos poco y nada para que cualquier vecino,
amigo, familiar no se nos muera en la ruta. Salimos a las calles y tocamos
bocina porque un equipo le ganó a otro o porque uno salió campeón; para esas
pelotudeces sí gastamos tiempo y energías, pero para salir a protestar que nos
merecemos como región un sistema de salud mejor, con terapia intensiva, con
especialidades, con tecnología que permita detectar las enfermedades más
comunes, ahí nos quedamos en casa mirando el techo y comentando quién pasa la
ruleta rusa de 130 km que hay que
recorrer para llegar a un centro de complejidad. Ni el hospital, el mismo
edificio enclenque de hace 40 años con todo tipo de carencias; ni la clínica petrolera que generó expectativas
pero terminó siendo en el fondo una especie de gatopardismo disimulado(es
necesario que todo cambie para que nada o muy poco cambie) pueden salvarnos de
morir dentro de una ambulancia en ese largo camino a Cipolletti o Neuquén. Sé
de muy buena fuente que entró en paro cardiorrespiratorio cuatro cuadras antes
de llegar al lugar donde lo trasladaban. No sabemos si hubiese podido salvarse
si llegaba al centro de salud con terapia intensiva, es posible que sí o es
posible que no; pero lo peor es que siempre quedará la duda, la misma que
tienen muchísimas personas que han perdido a sus seres queridos en la misma
situación, mientras nosotros acá seguimos rascándonos las pelotas o mirando
para otro lado en vez de exigir a quien corresponda las cosas importantes,
entre ellas que no nos muramos en una ruta.
Ya está, descansá Juan. Te
gastaste esta puta vida laburando.
Descansá. Es hora.
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