octubre 15, 2012

Chau Gallego



La comunidad tiene personas que exceden el ámbito familiar o el círculo de gente donde uno desarrolla su tarea laboral. Esas personas cruzan todos los estratos de la sociedad y son si se quiere más “populares” que el resto de la gente. Esto es usual en personas que  cumplen funciones públicas; pero cuando se trata de alguien que no tiene este tipo de funciones, estamos ante  un verdadero “personaje”.
Eso fue el “gallego” (ahora me entero que se llamaba Pablo) Piñeyro que ayer encontró la muerte, como tantos, en una ruta de la región (ver noticia). Un personaje cargado de anécdotas, de esas que con el tiempo se van agrandando hasta parecer increíbles. De carácter extrovertido, siempre donde estaba el gallego estaba su charla interminable, sus ingeniosas ocurrencias y su humor, un humor a veces inocente, y otras corrosivo, irónico.  Lo vi durante muchos años jugando innumerables partidas de truco en el “Alhambra”, cubierto de grasa y su infaltable gorra;  lo veía en su rutina actual acodarse en la barra del “café de la vieja esquina” casi todas las noches y desde allí extender la charla.
Famoso por su genialidad para hacer con los “fierros” verdaderas obras de arte o de ingenio. Así construyó camiones de gran porte, (todavía recuerdo ese blanco con una cabina individual y guinche), o el arenero con el que paseaba por la ciudad hace unos años, o la Ford “A” reformada. También realizaba artesanías en hierro y madera que en nada envidiaban a cualquier artesano renombrado. Soldador eximio, su casa que él construyó con un diseño muy particular, casi de pagoda, convocaba siempre a los amigos junto a la parrilla o bien junto al disco en el que hacía sus famosos pollos. Amante de la pesca y de los viajes y de la vida bohemia, generoso con la gente que estimaba.
Piñeyro hace unos pocos años pudo volver a Galicia, la tierra de sus mayores; sin embargo alguna vez, en una cena compartida,  me dijo que no se imaginaba viviendo allí, aunque dos de sus hijos hayan hecho el camino inverso hacia Galicia. Mientras escribo esto, una lluvia muy similar a la gallega lo acompañará hasta su lugar final. El abrazo para sus hijos.  Como dice un viejo refrán español “que no le pese la tierra”.

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